Cuaderno de bitácora de la travesía musical que realizan los cantautores Nino Sánchez y Amparo García-Otero
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martes, 25 de marzo de 2008

Estrellas de Salamanca


La Semana Santa nos ha traído unos días de asueto. Nino y Mayca nos invitaron a pasar unos días en tierras salmantinas.
Primero El Tornadizo, de donde procede la familia de Mayca. Es un pueblecito situado entre montañas, en la Sierra de Béjar, donde se respira el aire limpio y se pueden contemplar las estrellas que a veces la ciudad nos oculta. Buen vino, de cosecha propia, buen embutido, casero, auténtico "pata negra", ese tipo de embutido que no se puede comprar en el mercado y que constituye un lujo para el paladar, porque sólo puedes probarlo si te convidan estos buenos y generosos serranos. Raza hospitalaria. Nos trataron como si fuéramos de la familia.

Cerca de El Tornadizo hay mucho lugares para visitar. Estuvimos en Monleón, pueblo de hermosa ciudadela, célebre por el conocido romance "Los mozos de Monleón se fueron a arar temprano..."

El día era cálido, se auguraba la primavera, los árboles frutales habían florecido y las abejas acudían en tropel.

Merece la pena hablar de las abejas en estas tierras.

Hay otro pueblecito cercano, Valero tiene por nombre. Es un lugar escondido en un valle rodeado de montañas a modo de murallas que lo protegen del frío y del calor, atravesado por un riachuelo serrano. Era el 21 de marzo. Estrenamos la primavera con un sol esplendoroso.

Los habitantes de Valero han encontrado en la miel y el polen su forma de subsistencia.

Mueven los panales por distintos puntos de la geografía española y portuguesa. Van allá donde la floración es generosa. Por supuesto, nos llevamos un gran tarro de miel recién recogida, sin aditivos ni conservantes. Otro lujo. El vendedor, amigo de Nino, nos obsequió en su bodega, como buen serrano, con vino de su cosecha y chorizo de jabalí.

Luego fuimos a Salamanca. Nada nuevo que comentar acerca de esta ciudad a la que Unamuno calificó de "renaciente maravilla". Sus fachadas platerescas, sus calles salpicadas de siglos, su monumentalidad, un lugar de ensueño donde el viajero gusta de perderse en la contemplación.

Nino, como buen salmantino, conoce cada rincón.
Nos llevó hasta la cafetería donde Miguel de Unamuno disfrutaba y hacía disfrutar de sus tertulias y en la que más recientemente, Torrente Ballester tenía su rinconcito. Una estatua de bronce recuerda a este último sentado en su lugar favorito. La Plaza salmantina es un lugar único. Pasear por la Plaza Mayor iluminada constituye todo un privilegio. Recorrimos el centro histórico. En lo alto, la luna llena, parecía un gran farol encendido sobre la ciudad.


Era Viernes Santo. Contemplamos el cortejo procesional que acompañaba a la Virgen de la Soledad




Le dediqué unas palabras:

Estrellas de Salamanca
sobre la piedra encendida.
Reflejos de Viernes Santo
en la noche salmantina.

Luna de marzo despierta,
luna de marzo cautiva
entre oraciones celestes
que en las alturas rutilan.

La niebla tiende su aljófar
sobre las torres altivas,
Salamanca está despierta,
sus calles mantienen viva
la tradición de los siglos

la Soledad se encamina
a la catedral sonora
donde la oración palpita.

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